Historia gastronómica y #receta | Arroz de «caseta»

Historia

El día estaba precioso, la primavera en plena explosión y yo me encontraba con las riendas en la mano, subido en el carro de camino a la casita. Mi abuelo, sentado a mi lado, intentando liarse un cigarro de tabaquera. Las moreras empezaban a dar sombra y algunos campos estaban llenos de amapolas. «Arrea un poco al animal que vamos muy despacio», me dijo mi abuelo, al que se le notaba en su cara preocupación, pues teníamos un día fatigoso por delante. Vendrían a esquilar y a herrar a la burra y sabíamos que eso nos llevaría más de un dolor de cabeza, pues  era un animal muy cabezón. Ya he contado alguna vez que entre la burra y mi abuelo existía un desafío constante, ambos eran muy duros de pelar, salvando las distancias, claro.

Nada más llegar, desenganchamos el animal del carro y le quité los aparejos atándolo en la anilla de la pared. Mientras mi abuelo ya estaba apilando dos haces de sarmientos para hacer brasas, pues íbamos a darnos un homenaje con un buen almuerzo antes de meternos en harina. Llegó el herrero montado en su Terrot y también Vicente el Trampa, vecino de casita que venía a ayudar. Las brasas en su punto y a mí me mandaron a por unas cebollas tiernas del huerto, unas chuletas, una buena panceta, unas butifarras, unas longanizas y unos figatells que, encima de una rebanada de pan, íbamos dando buena cuenta del manjar. La botella de buen vino casero con una caña metida para poder “beure al gallet”. Los valencianos llamamos “gallet” a la úvula situada al principio de la garganta en el interior de la boca. La ceremonia consiste en levantar la botella, ampolla o el porrón con la boca abierta, para hacer que el líquido caiga sobre ella y vayamos tragando sin cerrarla. No es fácil maniobra, pues hay que saber templar, altura y cantidad, pues un fallo hará que nos atragantemos y podamos causarle un estropicio al de enfrente al tener que escupir de repente el líquido de la boca.

Con el estómago lleno empezamos la faena. La burra con las orejas hacia atrás ya se había puesto en guardia. Ya os decía yo que trabajo íbamos a tener pues era de las que no le gustaban para nada que la rondaran y mucho menos por la parte trasera. Al final le tuvimos que poner el acial o torcedor en el morro para que se estuviera quieta. Aunque no hacía calor todos estábamos sudados, la burra nos había dado para salar, pero ya estaba esquilada y herrada.

Mi abuelo no había dejado que el fuego se apagase y como no, íbamos a terminar la jornada con un buen arroz.

Elaboración

Puso los hierros sobre el fuego y la paella encima. Aceite de oliva, unos ajos chafados con unas tiras de pimentón rojo de borra que había hidratado y cuando estuvieron fritos lo retiró. Echó entonces unas longanizas cortadas a trozos que nos habían sobrado y cuando empezaron a dorarse metió tres vasos de arroz (para seis personas) y lo sofrió sin parar de mover. Añadió tomate triturado, siguió removiendo y echó el doble de agua caliente, repartió los ajos, las tiras de pimentón, la sal y dejó caer una ramita de romero encima. En veinte minutos, un arroz seco delicioso.

La botella de vino pasaba de mano en mano y comentaban lo guerrera que era la burra. No había manera de tocarle la barriga y mucho menos aguantarla para herrarla, animal de carácter igual que su amo, mi abuelo.

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