Historia gastronómica y #receta | Suspiros

La historia

Mi abuela estaba sentada en una silla haciendo pleita para después coserla y hacer barjuletas, a las que en valenciano llamamos barxes. De la palma que se sacaba de la palmera enana que crecía en nuestros montes, el palmito o margalló (Chamaerops humilis), se recolectaban las hojas del centro, el cogollo. Una vez en casa, mi abuelo las dejaba secar en el corral o en la azotea del riurau una o dos semanas, removiéndola de vez en cuando para que se secara por todos los lados. Después las azufraba, que era la forma de blanquearlas. Una operación que realizaba mediante la combustión del azufre. Las metía dentro de una tina un poco húmedas, en un bote quemaban el azufre, tapaba la tina con una manta, saco o tabla de madera, y tras 12 horas estaban blancas.

Las palmas ya secas y blancas se tenían que deshebrar, proceso de separación de los folíolos que están unidos en la palma; estos folíolos separados se conocen como brins (hebras). Con las hebras de la palma se hacía una trenza (pleita), que es lo que conocemos por llata. Podían hacerse la trenza con dos, tres, cuatro, cinco o seis hebras, según los objetos que quisieran fabricarse.La parte subterránea del tronco es comestible, blanca y esponjosa, y de sabor azucarado. El margalló o palmito era para nosotros, los niños de nuestra época, un regalo muy estimado y apetitoso. Con las palmas se fabricaban no solo capazos, también escobas, sombreros, los serones, cenachos, aguaderas, asientos, esteras de casa y del carro, morrales, barjuletas …

La casa olía a gloria bendita porque en el fuego se estaba cociendo un guisado de manitas de cerdo. Pero mi tía Pepa me tenía reservada una sorpresa. Ella conocía una receta que le había pasado una amiga y que venía de Canals, concretamente de una maestra pastelera llamada Paquita Montagud. Ella hacía unos pasteles que allí denominaban Suspiros. Mi tía había prometido hacérselos para el cumpleaños del hijo de una buena amiga. Y me llevó a la cocina para que mirase como los hacía.

La receta

Para hacerlos separó las claras de las yemas de cuatro huevos. En un barreño de cocina (llibrell) montó las claras a las que había puesto un poco de sal (truco) para que quedaran al punto de nieve perfecto batiéndolas con unas varillas.

Cuando ya estaba casi montada la clara, yo fui el encargado de ir echando poco a poco del cartucho el azúcar, dejándolo caer poco a poco (250 gr). Cuando estaba todo y la crema untuosa, añadimos nueces peladas (400 gr) y mezclamos bien.En unos moldes de papel rizado que habíamos comprado fuimos depositando la mezcla en su interior, unas dos cucharadas en cada uno. No hace falta que os diga que mis dedos no paraba de untarlos y llevarme a la boca esa exquisitez. Los depositamos sobre una bandeja y al horno precalentado a 150 grados.

Alrededor de hora y cuarto u hora y media a fuego suave para que cociera su interior fue suficiente. En una cajita de cartón depositamos los dulces, no sin antes apartar unos cuantos para el postre de después de comer.
Foto: Marissa Garcia Carsí

 

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