Historia gastronómica y #receta | Pulpo al horno

Habían caído cuatro gotas y el ambiente estaba muy húmedo. El calor y la humedad mezclados hacían que el sudor empapara el cuerpo y el malestar estuviera presente. Al margen de ello, había pasado casi toda la semana en la plaza. El montaje de los “palcos”, las barreras, “los quintos” con su burrita por las calles, la iluminación, los cohetes… el ambiente de fiesta se había instalado: ya estábamos otra vez en las fiestas patronales. Una semana por delante llena de verbenas, toros en la calle y cenas, muchas cenas con mis padres y amigos que, con la mesa en la calle, nos permitiría disfrutar al máximo de las fiestas.

Otra señal significativa es que Vicente El Nay, ya se había puesto la faja roja y la ramita de romero en el bolsillo de la camisa. En su bar, en la calle del ayuntamiento, no se hablaba de otra cosa que no fuese de toros. Qué ganaderías venían este año, que si el toro embolado, que si fulano ya la había cogido -la borrachera, se entiende-, del día que…

Sábado, hoy empezaban oficialmente las fiestas con la presentación de la reina de fiestas y su corte de honor. Las peluquerías no darían a basto, los festeros ultimando los preparativos. Ya estaban colocando las sillas en la plaza delante del escenario. La orquesta afinaba sus instrumentos. Calor, mucho calor.

En casa, a mi madre le habían traído un pulpo enorme congelado, calculo que pesaría cinco quilos y lo iba a cocinar de manera que le durase para varios días, porque así serviría para el aperitivo de las cenas que se avecinaban. Vi como encendía el horno para que alcanzara los 200 grados.

Con el pulpo ya descongelado, lo lavó bien, le quito los ojos y el pico y le dio la vuelta a la cabeza limpiándola de vísceras, dejándole el bazo y volviéndolo a su posición inicial. En medio de las patas, le hizo un corte y así se abrieron.

En una bandeja de horno algo honda puso un vaso de aceite de oliva, por donde pasó el pulpo para que se impregnase. Añadió unos granos de pimienta negra, dos o tres hojas de laurel y unos dientes de ajos con su piel, a los que les dio unos golpecitos. Lo espolvoreó con un poco de pimienta blanca y pimentón de hojilla. Puso, por último, dos vasos de vino blanco seco. La bandeja al horno, que había bajado ahora a 160 grados. A cocción lenta, lo tuvo casi dos horas dentro. Pero cuando comprobó, pinchándolo, que ya estaba tierno, sacó la bandeja y retiró todo el líquido sobrante volviéndolo a meter, ahora al grill, para tostarlo. Le dio la vuelta en quince minutos y en media hora teníamos un pulpo que quitaba los sentidos.

Con el líquido y la salsa generada, la coló, con ella y un poco de agua más, hirvió unas alubias blancas para chuparte los dedos.

Un ruido captó mi atención, estaban descargando las enormes vigas de madera que servirían para que “los quintos” hicieran con ellas las barreras, atándolas con cuerdas sobre dos verticales apoyadas en las paredes. Irían atando las demás horizontalmente cerrando todas las calles, hasta convertir la plaza en un corro para disfrutar de la suelta de vaquillas. La diversión estaba servida.

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