Historia gastronómica y #receta | Guisado de sepia

Mi tía estaba cosiendo. Una especie de huevo metido dentro del calcetín para poder así coser el agujero por donde debía asomar el dedo gordo del pie. Al lado, unos pantalones que también necesitaban de su atención, aunque llevasen ya más remiendos que los que llevaba Cantinflas.

En el riurau aún podía olerse el olor dulce y penetrante de las pasas que habíamos estado triando y despezonando. Los capazos apilados aún desprendían ese aroma indescriptible y que forman parte de los recuerdos de antaño.

Las cinco de la tarde, hora donde el silencio se imponía si no querías arriesgarte a recibir unos gritos que te dejasen sentado y mudo. Era el tiempo sagrado de la telenovela. Todas las mujeres de alrededor juntas haciendo ganchillo. La voz de Juana Ginzo en Ama Rosa de Guillermo Sautier Casaseca con Julio Varela narrando la historia… Lágrimas, murmullos y silencios esperando un desenlace que nunca llegaba. Mañana seguiría otro capítulo. Y yo, comiéndome un turrón de Viena mientras escuchaba los comentarios al terminar la emisión: …si su hijo supiera que ella es su madre… Algún día lo sabrá, ya veréis…

Mi tía Pepa en silencio, se retiró hacía la cocina. Mi abuelo había traído unas pencas bastante tiernas y quería adelantar la cena. Yo detrás preguntando ¿Qué cenaremos, que cenaremos? Mi tía me miró con esa cara arrugada y sería que pocas veces vi reír y me soltó, ahora lo verás. Mi tía era la hermana de mi abuela –no sé si lo he contado ya- y andaba bastante encorvada. Decían que era a consecuencia del reuma, esa enfermedad a la que la achacaban cualquier cosa que tuvieras; tiene reuma, decían. Soltera, vivía con mis abuelos y era una cocinera excepcional. Con su delantal casi siempre manchado y su tubo de Optalidónes en el bolsillo, tan imprescindible en aquella época como el calmante vitaminado en el botiquín de casa. Poco sabía mi tía sobre la composición del fármaco ni de sus efectos secundarios, pero sí de sus efectos que le servían para aguantar penas y penurias, sufrimientos de una pos guerra que nunca acababa. Pero nunca se quejaba. Tal vez el Optalidón.

Elaboración

Sobre la mesa de madera, al lado de la chimenea, empezó limpiando las pencas y las refregó con sal. Las lavó y las puso a hervir para quitarles el amargor al menos media hora que fue cuando les cambió el agua y las dejó media hora más. Limpió las dos sepias y las corto a trozos pequeños. En un caldero puso aceite de oliva, metió los trozos de sepia, un tomate rallado bien maduro, un ajo y perejil que había majado en el mortero. Había puesto a hidratar en agua caliente unos tomates secos que también incorporo. Fue entonces cuando puso el caldero al fuego y no antes porque según me dijo, si echaba la sepia de golpe en el aceite caliente se quedaría dura. Removió para que se integraran los sabores mientras se iba calentando el aceite. Añadió unas hebras de azafrán tostado y una cucharada de pimentón de hojilla. Removió y echó el agua donde había hidratado los tomates. Cubrió lo mínimo con un poco más de agua e incorporó las pencas hervidas. Cuando saltó el hervor, peló y chascó unas patatas y la metió dentro del caldero. En veinte minutos retiró del fuego y lo dejo arrimado a la lumbre tapado. El guisado de sepia olía a gloria.

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