Historia gastronómica y #receta | Berlinesas (Pelotas de fraile)
Mi abuela estaba atareada. Con mi tía estaban metidas en la cocina haciendo dulces. El olor las delataba. La partida de cartas del domingo, el “burro” ya le tocaba celebrarla en casa y había que preparar la merienda. Un ritual que se repetía más o menos cada mes. Y a ello se pusieron con un cazo, cien mililitros de leche con una ramita de vainilla para calentarla sin que llegase a hervir. Por otro lado disolvieron treinta gramos de la levadura fresca que había comprado en el horno con un poco de la leche tibia y una cucharada de azúcar, removiendo bien y dejando que reposara un ratito.
Mientras, en una jofaina colocaron medio kilo de harina y formaron una corona. En los bordes esparcieron media cucharadita de sal. En el centro, dejaron caer dos huevos, la ralladura de un limón y rascaron el interior de la rama de vainilla. Cien gramos de azúcar tamizado y el vasito de leche con la levadura. Empezaron amasándolo todo, añadiendo después ciento veinticinco gramos de mantequilla que habían puesto al sol un rato para que estuviera cremosa (pomada). Y fue entonces cuando me dijeron que fuese echando la leche tibia del cazo poco a poco. Amasaron bien y dejaron que reposara al menos treinta minutos tapaba con una tela. Yo no paraba de preguntar lo que estábamos haciendo, y ante mi insistencia mi tía me soltó: Pelotas de Fraile. Yo me quedé igual sin saber que era aquello y decidí seguir mirando. Pasado el tiempo, hicieron pelotas no muy grandes tapándolas y dejando que doblaran su volumen al menos media hora más. Ahora haremos el relleno, me dijeron: crema pastelera.
Primero que todo pusieron cuatrocientos mililitros de leche entera en un cazo, y para aromatizarla añadieron la pulpa de una vaina de vainilla y un trozo de corteza de limón. Al fuego a calentar sin que llegase a hervir. Apagaron el fuego y dejaron reposar y enfriar tapado con un plato al menos media hora. Con cien mililitros de leche a parte, disolvieron cincuenta gramos de fécula de maíz (maicena) removiendo muy bien para que no se formasen grumos.
Ahora, con una cacerola pequeña pusieron cuatro yemas de huevo y ciento veinticinco gramos de azúcar que iban vertiendo poco a poco mientras que con una varilla removían la mezcla. A continuación la leche con la maicena diluida y siguieron removiendo evitando siempre que se formasen grumos. Cuando vieron que espesaba, añadieron el resto de leche poco a poco muy despacito y sin parar de remover. Entonces fue cuando pusieron el cazo al fuego muy muy bajo y siguieron removiendo sin parar, sin prisa alguna. Aquello empezaba a tomar cuerpo y de repente empezó espesar, sin parar de remover ni un instante. Rápidamente volcó la crema en un cuenco de cristal y lo llevo a la despensa donde se estaba más fresco para dejar atemperar.
Retomaron la receta, y entonces cogieron las bolas y las empezaron a freír en abundante aceite de girasol a fuego bajo para no quemarlas. Dando vueltas para que se hicieran por los dos lados. Cuando estaban doraditas las sacaban y las pasaban por un plato con azúcar y las dejaban enfriar. Por último, las abrieron por la mitad casi del todo y con una manga las rellenaron con la crema pastelera que habíamos hecho.