Historia gastronómica y receta | Paella de puchero

¿Lloverá o no lloverá? Así estaba el día. Gris, frío, húmedo… La primavera había asomado por una rendija, pero se había vuelto a esconder. Sin en cambio el campo estaba precioso con los frutales en flor; las hierbas empezando a abrir sus botones florales; las amapolas, blancas, moradas, amarillas… pero sobre todo rojas, inundaban los campos. Pero hacía un frío de mil demonios en casa. La chimenea encendida y el fuego de la cocina también.

A mí me habían dado trabajo. Un montón de junco verde, que mi abuelo había ido a coger en un barranco que él conocía. Un trozo de caña de cinco centímetros que me servía de medida para ir cortado con unas tijeras trocitos de junco todos iguales, dejándolos caer en un capazo. Mi abuela, con un hilo muy largo de cáñamo (fil d’empalomar) pasado por un aguja, iba ensartando uno a uno por su mitad los trocitos que yo había cortado. Esas tiras irían después colgadas una al lado de otro en el dintel de la puerta del corral clavadas con clavos en una madera formando una cortina perfecta, que evitaría en lo posible, que entrasen moscas y mosquitos. No sé si recuerdo bien, pero creo que la llamaban cortina de “jonquet”.

Mi tía Pepa tenía una cazuela guardada en la despensa con lo que había sobrado del cocido del jueves. Escondidas dentro de una gelatina que apuntaba a que estaría delicioso. Puso a calentar la olla encima del trébede a la lumbre de la cocina, y empezó a fregar con un polvo blanco (terreta), un poquito de agua y un estropajo, la paella que iba a usar. Puchero… paella… sí, sí… En vez de hacer “ropa vieja”, sofriendo todo con ajos y pimentón y un poquito de vinagre, haría una paella con las sobras del puchero.

Retiró la olla ya caliente, y trascoló el caldo. Sacó toda la carne y las verduras. Retiró todos los huesos y desmenuzó la carne. Las verduras las cortó a trozos más pequeños. La pelota, los garbanzos, las pencas…

Paella al fuego, poquito de aceite y sofrió dos dientes de ajos cortados muy pequeños junto a un buen tomate rallado. Echó entonces la carne y la verdura y rehogó durante unos minutos, echando entonces 300 gr de arroz para cuatro que éramos. Una cucharada de pimentón de hojilla y de inmediato un litro de caldo y un vaso más del puchero. Sólo puso esa cantidad, porque sólo se tenía que cocer el arroz al tenerlo todo hecho ya. Unas hebras de azafrán tostado por encima, fuego fuerte para que arrancase la ebullición que mantuvo durante diez minutos, quitando fuego hasta que desapareciera el caldo y a esperar. En seguida se formó una telilla por encima por lo contundente que estaba ese caldo.

Una vez hecha, dejó reposar tapando la paella, cruzando por encima unas varitas de sarmientos, papel de periódico y un paño durante siete u ocho minutos.

Los garbanzos y los trocitos de pelota se habían hecho presentes sobre el manto de arroz. Una cucharada de eso, era subir a los cielos. Una cebolla cortadita con sal aceite y vinagre, ayudaba, y vaya que ayudaba con un pan de candeal, del que ya hablaremos en otro momento.

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