Historia gastronómica y receta | Coques escudellaes

La solemnidad de la procesión del Corpus en todo su esplendor, pasaba por mi calle donde habían hecho un monumento o altar engalanado de flores, concretamente enfrente de la casa de la familia Morell, para depositar al Altísimo y orar. La tierra del piso apenas se veía, pues estaba cubierta de pétalos de rosas y de hojas verdes. Mi padre era uno de los que llevaban un varal del palio escoltado por cuatro Guardias Civiles y yo, desde la acera, contemplaba la comitiva. Hombres y mujeres muy recogidos todos y muy serios también, con la devoción reflejada en sus caras. Los niños y las niñas de primera comunión con sus mamás rectificándoles posturas, sacándoles algún dedo de la nariz de alguno de ellos, entrando y saliendo de la fila… la banda de música con el maestro José Marzal batuta en mano, tocando la pieza “Triunfal” y el Ayuntamiento en pleno con su Alcalde a la cabeza, portando su vara de mando, el Sargento de la Guardia civil con su traje de gala y Miguel el Municipal completaban la comitiva. Los monaguillos con los incensarios… el Párroco Alberto Caselles depositó la Custodia con la Sagrada Forma sobre el altar abriéndose “el sobre hombro” blanco que la sujetaba, arrodillándose inciensa tres veces… “Oremus, Deus, qui nobis sub Sacramento … Qui vivis, et regnas in saecula saeculorum”.

Esperaba impaciente que mi padre volviese de la procesión pues estaba todo preparado para irnos con el Renault Gordini nuevo a cenar a Dénia, a la mar del perro como la llamábamos nosotros, porque al final de Las Rotas, había un merendero que tenía un precioso pastor alemán, el Mena. Allí debajo de los cañizos de la terraza, con los pulpos secándose a la brisa del mar nos sentamos, no sin antes saludar a Diego, propietario del lugar y al que conocían muy bien.

Lugar precioso, por cierto, al mismo lado del mar y donde solíamos ir muchas veces trayendo la comida ya hecha de casa -no en balde era un merendero- y donde nos servía las bebidas, algunos entrantes de aperitivo como la “clòtxina valenciana” al vapor y unas coquinas que desaparecían antes de un suspiro, la ensalada, el vino y la casera. Por supuesto el café y copa que saboreaba mi padre fumándose un buen puro Farias.

Mi tía Paquita como siempre con su guisado de “pebreretes o mullaor” con sangacho y “pelletes” de atún y caracoles. Mi madre, la ensaladilla, la tortilla de patatas, las empanadillas… Pero de postre… de postre, una cosa nueva: “Coques Escudellaes”.

Con 250 gr de calabaza asada al horno la deshizo casi como puré; batió dos huevos y los mezcló con 200 gr de azúcar y batió bien, le añadió la calabaza y siguió mezclando todo muy bien. Le echó 60 gr de aceite de girasol y le rayó la corteza de un limón, mezcló y empezó a incorporar la mezcla de 100 gr de harina de almendra molida con 175 gr de harina de trigo que había tamizado junto con dos sobres de gasificante; removió hasta que estuvo todo integrado. Dispuso de unas obleas o papel de ángel y sobre ellas fue vertiendo la pasta hasta terminarla. Las espolvoreó con azúcar y canela y al horno precalentado a 180º sobre quince minutos hasta quedaron bien doradas. El nombre de “Escudellaes” en valenciano les viene por servirlas sobre las obleas.

La noche se había quedado fría y tuvimos que abrigarnos.

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