El pan: ¿tostado o sin tostar? #DilemasMediterráneos
Cuando tenemos dolor de barriga o sufrimos algún proceso gastrointestinal; cuando nos gusta desayunar pan pero no somos de almorzar un bocata; cuando hemos tenido una comida copiosa y nos apetece cenar algo ligero. Son muchos los momentos en los que preferimos tostar el pan en vez de comerlo tal y como lo compramos, es decir, horneado.
Si nos asomamos a un bar a la hora del almuerzo encontraremos a muchos clientes eligiendo un bocadillo. En cambio, si nos asomamos a una cafetería a la misma hora, la preferencia será mayor por las clásicas tostadas con aceite.
¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué a veces nos decantamos por el pan tostado? ¿Es una simple costumbre o tiene algún fundamento nutricional? Realmente no existe ninguna diferencia entre las propiedades nutritivas que contiene el pan sin tostar comparado con el tostado. Las calorías, por ejemplo, son las mismas: pase o no pase por la tostadora. Los hidratos de carbono también se mantienen. Nada cambia. Nada, excepto un elemento.
¿Cuál es ese elemento? El agua. Al tostar el pan lo que hacemos es eliminar el agua que contiene. Al carecer de ella, el pan se deseca. Esa es la verdadera -y única- transformación que se sufre al tostarlo. Por eso se conserva mucho más tiempo, porque pierde la humedad.
Así que bien sea tostado, bien sea sin tostar, lo indiscutible es que el pan es un componente fundamental de la dieta mediterránea. De hecho, se encuentra en la pirámide alimentaria junto a las pastas y los cereales. Es un nutriente que no debe faltar en cualquier dieta porque aporta minerales, aminoácidos, hidratos de carbono, fibra, vitaminas…
Ahora sois vosotros los que debéis elegir y resolver este «dilema mediterráneo» .