Historia gastronómica y receta | Paella de invierno o negra

El campo estaba hermoso. Los almendros en flor daban un tono idílico al paisaje. El respirar frío de una atmósfera que olía a tierra mojada por el rocío de la noche. El sol subía y cada vez se notaba y se agradecía más su calor. Nos íbamos todos a la casita a pasar el día. Las mujeres enrolladas en mantas, allá que íbamos sobre el carro. Yo llevaba las riendas del animal al que guiaba la perra, andando por delante de él y girando de vez en cuando la cabeza, para lanzarle una mirada a mi abuelo y comprobar que todo iba bien.

Nada más llegar, encendimos el fuego. Un buen haz de sarmientos y unos troncos secos de almendro aliviarían de inmediato la gélida estancia. Encima de las llamas colocó la parrilla para que se quemara y así se limpiara. Oía los pasos de la burra camino del establo, al golpear sobre el piso hecho con cantos rodados sus herraduras. Mi abuela, escoba en mano, ya le estaba dando un repaso al riurau. Las llamas de la chimenea habían dado paso a unas excelentes brasas que íbamos a aprovechar. El madrugón había despertado el apetito y, como aquel que dice, estábamos a dos velas. El estómago me hacía ruido, ya que solo habíamos tomado una taza de malta con dos trozos de pan duro. Las sopas de cada mañana.

Mi tía colocó un buen trozo de tocino, sobre la mesa de madera que había limpiado, y con un afilado cuchillo le dio certeros cortes hasta llegar a la piel sin llegar a cortarla. Parecía una rosa con los pétalos abiertos. Saló la pieza y apartando los troncos colocó la parrilla sobre las ascuas y encima la piel con el tocino hacía arriba. Unas longanizas blancas y una morcilla de vuelta, que fueron meter y sacar. Mientras, unas rebanadas de pan alrededor del fuego para que se tostaran lentamente dándoles la vuelta para que se hicieran por los dos lados. ¡A comer! Fue su grito de guerra. En un plato colocó las viandas y me dijo que sacara el pan. Quemaba y me lo iba pasando de una mano a la otra. Ni que decir tiene el almuerzo que nos metimos. El tocino estaba trasparente y con la navaja podías coger trozos como si de gajos se tratara. La morcilla extendida sobre el pan, con la otra mano una longaniza, ahora un trocito de tocino y las aceitunas que no faltaban.

Pasó la mañana y con mi abuelo recogimos unas pocas habas tiernas, las primeras, y unas alcachofas. La huerta empezaba a despertar.

Mi tía se dispuso a preparar la paella. Había puesto en remojo unas habas secas, que junto con las tiernas y las alcachofas haría la paella que llamamos de invierno o negra por el color que esas verduras le daban. La colocó sobre los hierros y puso el aceite y un pellizco de sal que le sirvió para nivelarla. Unos trozos de costillitas de cerdo y de pollo, empezó a sofreír. Tenía peladas y cortadas en cuartos las alcachofas, y las habas tiernas con su vaina. Cuando la carne estaba bien dorada, la apartó y en el centro puso el tomate rallado, dio unas vueltas y echo las habas y las alcachofas, que fue rehogando poco a poco añadiendo una cucharada de pimentón de hojilla. Agua por encima de los remaches y azafrán tostado, dejando hervir sobre 20 minutos avivando el fuego al principio y dejando al mínimo después. Con el caldo justo después que redujera, echó el arroz avivando el fuego. En 20 minutos la sacó y dejando que reposara la tapó con unos periódicos. A la mesa. La paella que más me gusta.

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