De la uva mala a la Gran manzana: qué hacían tantos valencianos en Nueva York

Muchos antepasados de vecinos de las comarcas de las Marinas (Alta y Baja), La Safor, L’Alcoià, El Comtat, La Vall d’Albaida y en menor medida de La Ribera, L’Horta, La Costera, La Plana de Castelló y el Rincón de Ademuz tienen en común que en un algún momento de sus vidas tuvieron que emigrar y muchos lo hicieron a Nueva York. El principal desencadenante de este viaje forzado en busca de una vida digna fue la filoxera, una plaga que afectó al cultivo de la vid. Entonces -principios del siglo XX- la producción de pasa era unas de las principales fuentes de riqueza de la Comunidad Valenciana. Desde puertos como el de Dénia se exportaba la uva seca a países como Inglaterra, donde era muy apreciada para la elaboración de sus plum cake. La filoxera acabó con prácticamente todos los cultivos de la vid y forzó a los valencianos a abandonar sus hogares en busca de la esperanza. Y aquel futuro tenía forma: la Estatua de la Libertad.

Esta emigración ha sido analizada en los últimos años en forma de libro por Teresa Morell en «Valencians a Nova York. El cas de la Marina Alta (1912-1920)» y también recientemente por una serie de documentales producidos por InfoTV cuya primera parte ya estrenada es «Del Montgó a Manhattan. Valencians a Nova York«. Los dos trabajos exponen el impacto que tuvo la marcha de más de 10.000 vecinos de la comarca -15.000 en toda la comunidad- hacia la Gran Manzana. Aunque a diferencia de otro tipo de movimientos migratorios, estos emigrantes regresaron al cabo de unos años.

El viaje era largo, caro y duro. Duro como su destino: trabajos de sol a sol en el ferrocarril, la construcción de carreteras, minas… Además, antes de eso debían superar la gigantesca aduana en que se había convertido Ellis Island, una isla próxima a la isla de Manhattan en la que se examinaba físicamente a los inmigrantes más pobres, los que llegaban con billete de tercera. El diagnóstico de una enfermedad contagiosa podía significar el regreso inmediato a casa, con las manos vacías y quizás con la cárcel esperando ya que algunos salían de España no habiendo cumplido las obligaciones militares.

¿Y cómo conseguían entenderse con las autoridades si no hablaban inglés ni probablemente lo habían escuchado nunca? Hay una escena de una película muy conocida que contesta a esta pregunta.

La reacción del entonces niño Vito Corleone -el temible Padrino años más tarde- sería muy común entre los valencianos que guardaban fila a la espera de entrar en la tierra de las libertades.

En Nueva York -la costa oeste de Estados Unidos en general y Canadá- pasarían años de penurias y esfuerzos por salir adelante. Y fueron relativamente pocos los que se quedaron allí. La mayoría emprendieron el viaje de vuelta, unas veces voluntariamente, otras como consecuencia de la crisis del 29. Unos volvieron con pequeñas fortunas que les permitieron levantar suntuosas casas y otros volvieron con poco más de lo que tenían a su llegada. Pero todos vivieron la experiencia de ser habitantes de la que fue y sigue siendo la capital del mundo.

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